Su propuesta fue una sorpresa. Y fue entonces cuando conocí a Andrew. Terminamos jugando a los bolos en el mismo equipo y charlamos durante toda la noche. Un mes, mientras preparaba una mesa para una venta de pasteles en la iglesia, levanté la vista y lo vi caminando hacia mí con un plato de galletas caseras. En el pasado había malinterpretado la amabilidad con el coqueteo. No quería volver a hacerlo. Un fin de semana, hicimos un plan para enseñarle las ciudades de la playa, pero tuvo que cancelarlo. Otro fin de semana, decidimos pasear por Abbot Kinney Boulevard un primer viernes.
Miras el reloj y decides esperarla fuera. En ese instante llega un informe en el que te informa que va retrasada 20 minutos. Te enojas, aunque agradeces el gesto. No sabes si entrar y pedir algo o si irte y regresar después. Optas por la primera opción. Te es incómodo porque siempre resulta extraño —y un poco triste— ver a algún sentado solo en un restaurante. Por fortuna no es tu caso; te acompaña tu teléfono y las cientos de opciones que te ofrece para pasar el momento. De pronto aparece tu cita. Le respondes que no se preocupe y le preguntas cualquier cosa para romper el hielo.
El amor matrimonial y el don de la vida Casarse. Qué momento tan dichoso y lleno de esperanza. Los hombres y las mujeres que consideran el matrimonio anhelan ciertas cosas. Desean ser aceptados incondicionalmente el uno por el otro. Quieren que su boda esté lleno de amor y felicidad. Desean una familia. En resumen, quieren que su matrimonio sea una bebedero de dicha y satisfacción para toda la vida. El plan de Deidad para el matrimonio, desde el edad en que creó a los seres humanos como hombre y mujer, siempre incluyó estas características y muchas otras. Los esposos sellan su amor y su compromiso mediante su unión venéreo.