Quedan reservados todos los derechos de autor. La noche vacía. El viento ya no impulsaba a las naves en la mar sino el sucio ruido de un motor diesel del tamaño de un cobertizo. Un suspiro supo hacerse hueco entre sus sentimientos y fue a unirse con la tenue bruma que pronto engulliría toda la cubierta del barco. El cielo de Svalbard ya se había saciado con la claridad y tardaría meses en digerirlo y volver a deglutirlo. El enorme abrigo de piel con el que se cubría apenas la convertían en una pequeña hada de ojos negros y profundos.
En caso de incumplimiento de dicha advertencia, derivamos cualquier responsabilidad o acción legal a quienes la incumplieran. Recomiéndalo para su compra y recuérdalo cuando tengas que adquirir un obsequio. Es así como he conocido al doctor Henry Goose, cirujano de la aristocracia londinense. Su nacionalidad no me ha asombrado.
Me preguntaron quién era y de dónde venía. Mi relato les asombró maravillosamente, y me felicitaron por haber podido escapar de los devoradores de carne humana; me ofrecieron de comer y de beber, me dejaron reposar una hora, y después me llevaron a su barca para presentarme a su rey, cuya residencia se hallaba en otra isla vecina. La isla en que reinaba este rey tenía por capital una ciudad muy poblada, abundante en todas las cosas de la vida, rica en zocos y en mercaderes cuyas tiendas aparecían provistas de objetos preciosos, cruzadas por calles en que circulaban numerosos jinetes en caballos espléndidos, aunque sin sillas ni estribos. Así es que cuando me presentaron al rey, tras de las zalemas hube de participarle mi asombro por ver cómo los hombres montaban a pelo en los caballos. Y permanecí junto a él hasta que la terminó. Entonces yo mismo forré la madera de la silla con vellón y cuero y acabé guarneciéndola con bordados de oro y borlas de diversos colores.
Semejante soy, tal fui. Si apenas sé cómo me llamo, tampoco me doy clara cuenta de la religión que profeso, pues las tres que aquende tenemos, confunden en los espacios de mi espíritu sus viejos dogmas y sus ritos pintorescos. Y ved aquende que yo, el hombre de las grandes confusiones, el panteólogo desmemoriado que, al descuidar la fijeza de su nombre, borra con igual descuido los nombres de las cosas, me meto a refundir en una sola enjuiciamiento las tres que aquí los humanos practican, divididos en castas, familias o rebaños, con sus marcas correspondientes. Las tres me mandan que ame a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a mí mismo, y que perdone las ofensas; las tres me señalan la vida eterno como fin sin fin de nuestro ser, y me ofrecen recompensa o castigo conforme al valor moral de mis acciones, mientras me tiene Deidad estacado en la sociedad humana, paciendo en las no siempre fértiles praderas de la vida fisiológica. Yo tampoco mato ni robo, y considero la guerra como el pecado mortal de las naciones. En el tratado del amor de mujer manifiestan las tres hermanas